Dejando la tranquila casa de barrio

barrio

El espacio en el que uno puede quedarse o abandonarse sin ser arrastrado por la muchedumbre anónima del exterior es la casa; ahí  todo se opone dialécticamente a la calle, porque “ahí afuera, en la calle, acechan todo tipo de peligros; tenemos que estar en alerta cuando salimos, vigilar con quién hablamos y quién nos habla, estar en guardia en todo momento.”[1] Acá adentro, por el contrario, hay un tejado que cobija y nutre un espacio familiar a cuya mesa se sientan la confianza y la seguridad.

Pero también existe un afuera con tinte familiar, un lugar al aire libre que nos protege de la intemperie social, donde “podemos confiar en lo que oímos y todos nos entendemos bien, estamos seguros la mayor parte del tiempo y rarísima vez sufrimos perplejidades y sobresaltos.”[2] Se trata de la casa donde habita la comunidad: el barrio. Por supuesto, no todos los barrios, tan sólo aquellos con aire tradicional, llenos de tiempo y gente mayor en sus calles. Y precisamente por esa gente mayor uno de los valores más apreciados y fundamentales de lo barrial es la tranquilidad;[3] surgiendo la ilusión que la casa y la calle forman parte de un continuum urbano ideal y familiar estable en el tiempo.

La familia es la institución social núcleo del barrio. Ella habita en la casa. Desde su centro, representado por la figura del padre, se irradia control. Asimismo, en la comunidad existe el orden porque los individuos conocen a los otros individuos y cada uno conoce su lugar territorial… En otras palabras, la comunidad también cumple una función de vigilancia[4]. Esta pretende trasladar la tranquilidad del hogar a las calles, haciendo que la calle pierda, de esta manera, uno de los aspectos que la identifican como tal: el anonimato; sinónimo de libertad y oportunidad[5]; valores que comparte con la juventud.

A diferencia de los adultos del barrio, para los jóvenes la tranquilidad no es un valor social imprescindible. Ellos representan la ruptura de la tradición. Dejan la casa y así pueden cuestionar a la autoridad. Viven afuera, en las calles, en la casa de la comunidad; sin embargo, ahora son controlados por la autoridad barrial que aloja sobre sus hombros la mirada de familiares, vecinos, conocidos, cámaras de vigilancia y policía. Entonces vuelven a salir, ahora más lejos, dejan la casa comunitaria para adentrarse en la sociedad. Dejan la tranquilidad, o mejor dicho, el control que la casa y el barrio representan para buscar su autonomía y su libertad afuera, en esa otra calle, en el espacio público de la sociedad; donde los individuos llegan a encontrarse en medio del “teatro de los delirios de masas, de los circuitos irracionales de muchedumbres desorientadas, de la incomunicación, de la desolación moral, de la soledad…”[6]

[1] BAUMAN, Zigmut. Comunidad, En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI editores. Argentina 2003. Pág. 7

[2] ibídem. Pág. 8

[3] GRAVANO, Ariel. Antropología de lo urbano. Editorial Café de las ciudades. Buenos Aires, 2015

[4] SENNETT, Richard. El declive del hombre público. Edit. Anagrama. Barcelona, 2011. Pág.369

[5] DELGADO, Manuel. Lo urbano y el maligno Madrid 2013

[6] ibídem

Imagen: Elaboración propia

Un Comentario

  1. Justine Torres

    Es interesante la simbiosis del interior y exterior priorizando el comportamiento del ser humano trazando un tiempo cíclico en que las cosas ya no son como antes. Justo ahora mire una clase del espacio interior y como ese espacio puede ser subjetivo a la persona que lo habita y el arquitecto es el que diseña el espacio » exterior «. Como puede determinarse que una casa es el contenedor de un hogar o según las cualidades de los objetos que la contienen, y creería que el espacio exterior tiene el mismo efecto haciendo que limite se diluya!

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